miércoles, 6 de noviembre de 2013

¿COMIENDOSE Y TOMANDOSE A CRISTO?




Un antiguo escrito del catolicismo romano contiene las siguientes estadísticas de un sacerdote en una misa: hace la señal de la cruz 16 veces, se voltea hacia la congregación 6 veces, eleva sus ojos al cielo 11 veces, besa el altar 8 veces, se da golpes de pecho 10 veces, agacha su cabeza 21 veces, dobla una rodilla en reverencia 8 veces, bendice el altar con la señal de la cruz 30 veces, ora secretamente 11 veces, ora en voz alta 13 veces, toma el pan y el vino y los convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo, cubre y descubre el cáliz 10 veces. Un exagerado ritualismo que contrasta con la Cena del Señor.

En el antiguo Egipto, un pedazo de pastel se convertía en el cuerpo de Osiris, luego procedían a comérselo tomando vino. En México los misioneros católicos cuando desembarcaron encontraron imágenes de harina que representaban a sus dioses para luego comérselos. La religión católica ha sido por excelencia imitadora de costumbres paganas.

Los católicos cambiaron el pan por la hostia. Tertulio narra que los sacerdotes tenían cuidado de no dejar caer pedazos de pan al piso, porque el cuerpo de Jesús podría lastimarse. Más adelante, en el concilio de Constanza se discutió que cuando los comulgantes derramaban sangre (en realidad vino) sobre sus barbas, dichos hombres y sus barbas debían quemarse.

Redactada en el catecismo en el siglo IV por Cirilo y confirmada por el concilio de Trento, la doctrina herética católica de la transubstanciación enseña el cambio del vino en la sangre y del pan en la carne de Cristo de forma real; tanto en color, gusto y cantidad. Por tal razón los católicos adoran estos elementos y repiten millones de veces el sacrificio de Cristo alrededor del mundo.

La Biblia no trae sustento alguno respecto que el sacrificio de Cristo en la cruz deba repetirse continuamente, todo lo contrario: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” He. 10:12.

El mandato no es dar una hostia, es partir el pan: “y habiendo dado gracias, lo partió…” 1 Co. 11:24. No es sangre lo que tomamos en la santa cena, es fruto de la vid: “De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios” Mr. 14:25.

En Juan 6:54 Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. A primera vista, el versículo da la impresión que la doctrina de la transubstanciación es bíblica, pero nueve versículos más adelante Jesús nos lo explica: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

Así como la semilla es la palabra de Dios, del mismo modo el pan y el vino deben tomarse en sentido metafórico, como símbolos, ya que el cuerpo real del Señor estaba presente a la vista de sus discípulos. Estos símbolos son un recuerdo del Señor y su obra en la cruz: “…haced esto en memoria de mi... Lc. 22:19. No es comiéndose y tomándose a Cristo, es con gozo recordándolo.

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