Un antiguo escrito del
catolicismo romano contiene las siguientes estadísticas de un sacerdote en una
misa: hace la señal de la cruz 16 veces, se voltea hacia la congregación 6
veces, eleva sus ojos al cielo 11 veces, besa el altar 8 veces, se da golpes de
pecho 10 veces, agacha su cabeza 21 veces, dobla una rodilla en reverencia 8
veces, bendice el altar con la señal de la cruz 30 veces, ora secretamente 11
veces, ora en voz alta 13 veces, toma el pan y el vino y los convierte en el
cuerpo y la sangre de Cristo, cubre y descubre el cáliz 10 veces. Un exagerado
ritualismo que contrasta con la Cena del Señor.
En el antiguo Egipto, un
pedazo de pastel se convertía en el cuerpo de Osiris, luego procedían a
comérselo tomando vino. En México los misioneros católicos cuando desembarcaron
encontraron imágenes de harina que representaban a sus dioses para luego
comérselos. La religión católica ha sido por excelencia imitadora de costumbres
paganas.
Los católicos cambiaron el
pan por la hostia. Tertulio narra que los sacerdotes tenían cuidado de no dejar
caer pedazos de pan al piso, porque el cuerpo de Jesús podría lastimarse. Más
adelante, en el concilio de Constanza se discutió que cuando los comulgantes
derramaban sangre (en realidad vino) sobre sus barbas, dichos hombres y sus
barbas debían quemarse.
Redactada en el catecismo en
el siglo IV por Cirilo y confirmada por el concilio de Trento, la doctrina herética
católica de la transubstanciación enseña el cambio del vino en la sangre y del
pan en la carne de Cristo de forma real; tanto en color, gusto y cantidad. Por
tal razón los católicos adoran estos elementos y repiten millones de veces el
sacrificio de Cristo alrededor del mundo.
La Biblia no trae sustento
alguno respecto que el sacrificio de Cristo en la cruz deba repetirse
continuamente, todo lo contrario: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio
por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” He. 10:12.
El mandato no es dar una
hostia, es partir el pan: “y habiendo dado gracias, lo partió…” 1 Co. 11:24. No es sangre lo que tomamos en la santa
cena, es fruto de la vid: “De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que
lo beba nuevo en el reino de Dios” Mr. 14:25.
En Juan 6:54 Jesús dijo: “El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el
día postrero”. A primera vista, el versículo da la impresión que la doctrina de
la transubstanciación es bíblica, pero nueve versículos más adelante Jesús nos
lo explica: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son
espíritu y son vida”.
Así como la semilla es la
palabra de Dios, del mismo modo el pan y el vino deben tomarse en sentido
metafórico, como símbolos, ya que el cuerpo real del Señor estaba presente a la
vista de sus discípulos. Estos símbolos son un recuerdo del Señor y su obra en
la cruz: “…haced esto en memoria de mi...” Lc. 22:19. No es comiéndose y tomándose
a Cristo, es con gozo recordándolo.
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